lunes, 29 de marzo de 2010

Felicidad

En una pequeña casa, entre cerros y ascensores, vive Valentina.

Valentina, con la metódica responsabilidad que la caracteriza, decidió ordenar su semana con respecto a los nuevos quehaceres que le corresponden en el presente año.

Los días sábados se dedicaría a tocar el saxo, los domingos la guitarra y de lunes a viernes trabajaría en el supermercado.

El primer sábado, luego del desayuno, Valentina salió al balcón y comenzó a tocar esos endulzantes ritmos del “Au private” que tanto la relajaban. En el momento en que las notas le hacían sentir un placer orgásmico, una señora, de esas que son viejas y que por la calle andaba, le bailó con su bastón las melodías que ella también mucho apreciaba.

La señora la miró, le sonrió y siguió su paso.

Valentina es feliz.

El primer domingo, luego del desayuno, Valentina salió al pequeño balcón y comenzó a rasguear la guitarra con furia. Ensimismada en la música se disponía a tocar su parte favorita de la canción, cuando de abajo un joven, de esos que le gustan, la acompaña cantándole afinadamente: “¿Cuánto será mi dolor?”

El joven la miró, le sonrió y siguió su paso.

Valentina es muy feliz.

El primer lunes, luego de ducharse, Valentina no alcanzó a tomar desayuno y no salió al pequeño balcón. Bajó las escaleras y corrió cerro abajo muy preocupada de no quebrar sus tacos. Subió a la estrecha micro y le dolió pagar los trescientos pesos. Llegó cinco minutos tarde al supermercado, pero justo a tiempo para encontrarse con los humillantes retos de su jefe. Se sentó en la caja 7 a tranzar boletas por dinero con cientos de señoras y jóvenes, de esos que son clientes, y que no te sonríen y que hay que sonreírles y que no la escuchan y que no la miran y que siguen su camino.

Valentina sigue siendo feliz.