sábado, 4 de julio de 2009

Los hermanos

De puro intrusos nos metimos al cajón y encontramos la foto de una señora. La señora tenía una carita de globo con rulitos y llevaba un vestido blanco con lindos encajes. No nos habíamos dado cuenta, pero esa señora tenía a dos guagüitas en sus brazos ¿éramos nosotros acaso? ¿Esa rechoncha señora era nuestra mamá?

Ese día nos dedicamos a pensar. Era extraño que en todos estos años no nos hayamos preguntado quién era nuestra mamá. Por cosa obvia el papá debería saber algo de ella ¿dónde está? ¿por qué no está? ¿quién es o quién fue? , pero cuando le preguntamos, papá dio una sola respuesta para todas nuestras interrogantes:

-Lo que pasa es que su madre era un puta de mierda. Una gran puta de mierda.

Papá no quiso seguir hablando y nosotros quisimos seguir pensando toda la tarde en nuestra mamá. La imaginamos, la recreamos, la idealizamos, hasta que llegamos a dos conclusiones, para así no tener que seguir pensando: “Estamos orgullos de ser unos hijos de puta, porque de seguro ella no era un puta de mierda, de seguro ella era la mejor puta de todas.”

jueves, 2 de julio de 2009

Autonecrografía

Subí las escaleras detenidamente, sin el mayor apuro, la aceleración ya no tenía sentido y la calma era lo correcto. Llegué a la terraza del último piso. El cielo no era más que el mismo de ayer, pero ahora con ese sol tibio allá abajo y que acá arriba pegaba con fuerza en mis sensibles ojos llorosos y verdes. Caminé hacia el borde del edificio y luego de mirar hacia arriba miré hacia abajo.

Ahí estaba, en la cima de 23 pisos, un día martes a eso de las dos de la tarde, en las alturas siderales presto a descender en mi caída, sin alas, sin paracaídas, sin musas que me suspendan, ahí estaba yo, mirando hacia abajo luego de mirar hacia arriba. La gente, los autos y los perros se veían tan pequeños e insignificantes como siempre, ojalá cayera encima de unos cuantos, para no irme solo, pensé y me lancé.

La sensación no fue agradable los primeros metros, porque inevitablemente sentí miedo, ¿a qué? No sé, sin embargo la cosa se puso más interesante cuando iba en la mitad de trayecto y se los juro y no les miento. Debí haber ido en el piso 13 cuando me detuve en una suspensión de cinco segundos, eso si que fue agradable. Me entenderán que en cinco segundos uno no se percata de muchas cosas, sólo me di cuenta de que el sol ya no me pegaba, que el viento se arremolinó un poco y que unas tres personas, allá abajo, me miraron y se corrieron del lugar que estaba destinado para mi fin. Cinco segundos, nada más y seguí cayendo, cayendo, cayendo… perdí el conocimiento 6 segundos antes de llegar al suelo, 7 segundos después sentí un dolor de uñas a pelo y un segundo después nada más.

Pero desperté.

Cuando abrí el primer ojo todo se veía nublado, típico, como en las películas, como borracho. Luego abrí el otro ojo y todo se estabilizó. Ahí me di cuenta, estaba en un hospital y no sentía nada, sólo los ojos, un poco de la pera, un poco de los labios, un poco de cuello, pero nada de piernas, nada de brazos. Entró en la habitación un doctor, caminaba lento con un cuaderno en la mano. Ya sabía lo que me iba a decir: Buenas tardes, ¿cómo se siente? (yo no le respondería y miraría para abajo) debo comunicarle una triste noticia… ha quedado inválido, su columna se ha quebrado en tres y ha perdido la sensibilidad de sus cuatro extremidades… lo sentimos, pero pudo haber sido peor, cayó de 23 pisos de altura, ¿en que estaba pensando hombre? Usted es un hombre fuerte… bla bla bla, luego entraría la enfermera con una silla de ruedas y el doctor diría: ¡Mire! Le presento a su nueva compañera...

Pero nada de eso ocurrió.

El doctor se acercó, me miró y me dijo: Buenas tardes (omitió el ¿cómo se siente?), debo comunicarle una triste noticia… usted ha fallecido.

Reacción obvia, yo pensé que era una broma. Muy tieso podía haber estado, pero lo estaba mirando, mi corazón lo escuchaba, es más, hablaba y le decía: Oe doc, oe doc, ¡Oiga po’h doctor! ¿Qué weá? Pero él no me miraba. Llegaron unas enfermeras, me taparon con una sábana y me trasladaron.

En el camino a la morgue entraron en mi un sinnúmero de interrogantes y confusiones, pensé que era una broma, un mal entendido, que era cierto y que era mentira; si era cierto lo logré, estaba muerto y eso es la muerte; si era mentira, cuando cierren el ataúd moriré y morir era lo que yo quería. Ya no me cuestioné nada más.

La morgue era tranquila, hasta era gracioso ver como dos hombres te revisaban, te tocaban y conversaban entre ellos como si lo que tenían en las manos fuera un tronco, un jamón, cualquier cosa. Luego me metieron en un nicho, todo oscuro, fome, pero me sacaron al rato. Llegó una vieja loca con un viejo loco, debían tener la misma edad, como 150 años, y se besaban y se reían, pero sobre todo se esmeraban en dejarme hermoso. Nunca me había maquillado, me gustó que lo hicieran, lamentablemente no escuchaban cuando les pedía un espejo. Terno, zapatos, corbata, unos algodones en los orificios y dentro de un ataúd en un dos por tres.

El velorio si que fue una mierda. Me hicieron entrar a una iglesia ¡A una iglesia! ¡Y yo que no iba a esa cueva de ladrones desde que me obligaron a hacer la primera comunión! Me pusieron frente al altar y ahí el desfile de hueoncitos y hueoncitas: Mi mamá y mi papá cada cinco minutos se me acercaban llorando, como si les doliera, que cínicos. Mis hermanos, ufff ahora aparecieron, aunque no niego que me dieron ganas de abrazar a la Martita. Unos amigos por allá, otros por acá, todos lloraban, era patético. Una sola cosa me perturbó un poco, la razón de mi suicidio no había aparecido en mi velorio, lo cual en vez de entristecerme me confirmó que mi decisión había sido correcta. Después de un tedioso rato de rezos y cantitos estúpidos, todos se fueron.

¿Han pasado una noche dentro de una iglesia? Es tenebroso: silencio, mucho silencio, olor a agua bendita, a monja, a cura, a niño violado, a caridad, a velas, a perdón, que asco. Unas estatuas de unos hueones con vestido que miran feo, unas pinturas en vidrios de los mismos hueones de vestido… pero lo más tenebroso era tener a Jesús arriba mío, era gigante, de yeso, semidesnudo en su cruz, con cara de afligido, como si se hubiera estado cagando en mi cara. Pobre de Jesucito, tanto odio que le tenía, ahora que estoy muerto no me queda nada más que perdonarlo, él no sabía lo que hacía.

En la mañana cerraron el ataúd y nunca más vi luz. Me debieron subir a un auto que andaba muy lento, luego de unas horas me volvieron a sacar para volver a escuchar los mismos patéticos llantos y los mismos terribles rezos. Luego el ataúd se movió, traté de levantarme, sentí algo de miedo por el entierro, quise vivir, también quise salir sólo porque hubiera sido gracioso abrir el cajón, pararme y desmayar o matar a unos cuantos… pero no pude hacerlo. Obviamente, como yo estaba muerto tuvieron cero delicadeza en mi bajada. Ahí quedé, sólo escuchando como una lluvia de tierra caía sobre mi, pero no me tocaba.

El primer año fue un poco incómodo, el espacio es reducido, pero de a poquito fui adelgazando. La oscuridad al principio fue un poco perturbante, pero al final uno se acostumbra a todo, además la luz sólo la necesitan los vivos. No puedo negar que al principio me aburría un poco, con el tiempo uno va encontrando entretenciones, por ejemplo ahora me dedico a escribir mi autonecrografía.

martes, 16 de junio de 2009

La piedra

Le dije que yo sólo volvía por la piedra. Así que me acerqué un poquito, lo miré con la mucha rabia y la poca simpatía que le tengo, me agaché donde estaba y la recogí con elegancia. Cuando la empuñé y el tiro estaba presto a ser lanzado y/o proyectado medio a medio en sus horribles colmillos inferiores y amarillos, la mierda de piedra se desintegró cubriendo de sucia tierra mi traicionada mano. Y yo que sólo volvía porque estaba ella.

lunes, 12 de enero de 2009

El triunfo

Las manos me tiritaban mucho y no podía parar de reír. Aparte de la excitación del acto, se confluían en mi mente, y sobretodo en mi cuerpo, una satisfactoria sensación de triunfo, de poder, de grandeza que sólo podía demostrarla riendo a carcajadas, riendo y saltando con la cabeza hacia el cielo y las manos arriba, tiritando aun, proclamando la gran victoria.

Todo había ocurrido en torno a la perfección, ningún detalle se había escapado por las canaletas de la mediocridad. Aparte de lo hermoso, fue en exageración gracioso, así que no podía parar de reír, así que abrí la petaca para brindar y así que prendí un cigarrito para calmarme.

Di la vuelta mientras me abrochaba el cinturón y caminé con pausa. Como no podía dejar de posar mi cabeza hacía el cielo, me encontré, en un único momento de distracción, con una tierna pájara que regurgitaba en el pico de sus crías. Absorto en la melancólica escena la escuché gemir. Sus quejidos, que tal vez pedían ayuda, me produjeron mucha gracia y solté unas monótonas carcajadas, luego la escuché llorar con mucho dolor y no pude seguir riendo.

Di la vuelta.

La miré.

Su mano derecha se perdía en su destrozada blusa tratando de tapar la hemorragia, que había propinado mi precisa puñalada, mientras su mano izquierda apretaba su ensangrentada entrepierna. Vi sus ojos que lagrimaban el último momento de su agonía y por alguna razón sentí una fuerte angustia. Quise fumar, pero el cigarrillo se había apagado, y al querer darme un trago, me encontré con que el pisco de la petaca se había acabado. Ya no me parecía tan gracioso. Corrí.

lunes, 5 de enero de 2009

Jaqueca

No había sido un buen día y recién era lunes. A las 7 de la tarde ya estaba fuera, caminando dirección al metro. La cabeza me dolía como si fuera un ajo que lo están machacando en un mortero de roca filosa. Iba pensando en eso cuando Cárdenas se cruzó en mi aburrido camino. No lo veía hace años, y quiso que fuéramos por unas cervezas, por un pool, pierde paga, como en los viejos tiempos. Yo no quería, no quería ir en lo más mínimo, pero acepté.

Fumamos mucho, tomamos mucho y perdí. Nunca antes me había ganado, hoy era su primer día. Se sentía el Emperador del mundo, me lo enrostraba en la cara el muy hijo de puta. Pagué la mesa, me despedí de él con un cálido abrazo y con la sana esperanza de no verlo nunca más.

El metro no es el lugar más apto para que un trabajador con mi cansancio realice sus viajes de destino a su hogar, así que decidí tomar la micro, la 246, y llegar a mi casa por una ruta distinta. La cabeza seguía haciéndome el hombre más infeliz del mundo y el haber perdido la partida con Cárdenas me desdichaba aun más; era como si hace mucho tiempo no matabas una mosca, eso te mantiene tranquilo y no te preocupas por ello, ya que no has visto una mosca hace mucho, pero sin embargo ese sucio insecto se presenta frente a ti y te nacen los deseos de asesinarla, lo intentas, pero la mosca se adelanta y se mete en tu comida y te intoxica con su suciedad, arranca despreocupada y contenta de haberte cagado. No debí haber aceptado jamás la invitación al pool. Estaba algo ebrio, sin dinero y muy enfermo.

Se puso a llover, en noviembre se puso a llover. La 246 resultó ser el peor viaje de mi vida. Llegué a mi casa.

Eran casi las 10, y no tenía deseos de nada. La cabeza me martillaba. Me tomé una aspirina y dos vasos de agua, prendí por inercia el televisor mientras me sacaba la ropa húmeda. En la tele habían dos payasos que hablaban de que quien era el mejor de los dos. Se golpeaban, se caían, gritaban. No daban risa. El payaso de azul se subió a una escalera - voy a saltar en tu cuello desgraciado- dijo con voz chillona, el payaso de rojo le decía - no, no, idiota bájate de ahí animal- con voz de ambulancia. El payaso de azul levantó una pierna y la escalera se balanceó hacia un lado. El toni cayó en el público. Todos reían, yo igual, pero el payaso no se movía. Se fueron rápidamente a comerciales. Que mierda... apagué la tele, las voces de los patéticos payasos me retumbaban con eco dentro del cráneo. Me fui a la cama.

Me tapé hasta el cuello, apagué las luces y mis ojos. Podía escuchar como mi cabeza reclamaba de dolor. Trataba de no pensar en ello, trataba de pensar en algo lindo, en Patricia, siempre pienso en Patricia antes de dormir. La sentía cerca, bajita, su cara de ratoncita, sabía que no era una gran preciosidad, pero esa carita, esa forma de hacérmelo y esas carcajadas que le nacían de improviso le daban un plus muy grande a su belleza. Me abrazaba y caminamos a tomar helados, lo estabamos pasando muy bien, pero luego no me habla, no me escucha, se quiere ir, yo la sigo, corro, me grita, yo grito, la cabeza se me parte, abro los ojos, parece que lloré un poco. No soportaba el dolor de cabeza.

Afuera llovía fuerte, y yo maldecía la lluvia, maldecía a Cárdenas y quería maldecir a Patricia. No me atreví. Llovía más fuerte.

Tenía que burlar a mi cabeza, sólo así me dejaría tranquilo y podría dormir, comencé a pensar: Mamá estaba cada vez mejor de la vesícula, pero papá sigue tan bueno para el juego, y la Janete... es tan como las pelotas mi hermana, no hace más que aprovecharse. Mañana comeré afuera, en el Mall, tengo ganas de comer de ese pollo frito, ojalá no esté tan caro, por que se están aprovechando esos hueones, yo creo que a la hora de almuerzo suben el precio lo desgraciados... ya ¿y qué?, ¿querí reclamar?, aquí cada uno salva sus hueas como puede. Recién es lunes, mañana hay que hacer el informe de gastos... ¡Mañana hay que entregarlo! estoy cagado. Mi cabeza por Dios, por la chucha, por la cresta, mi cabeza. Voy a pedir licencia, eso, pero quiero dormir, tengo sueño, estoy pensando mucho, nunca lo lograré así. No, no lo lograría. Y no lo logré.

Me estiré, y bostecé a la fuerza. Me acordé de nuevo de Patricia, ella me hacia dormir haciéndome cariño en los pendejos. ¿A qué maricón haría dormir ahora? Mamá en cambio me hacia dormir con cariños en la cabeza. Era eso lo que necesitaba, cariños en la cabeza, no de mamá, de Patricia, pero ella no tocaba mucho mi pelo, decía que era muy grasoso. ¡Grasoso mi culo!

Era imposible dormir. Miré fijamente la ampolleta apagada en el techo, se veía muy lejos, más lejos, más lejos, cada vez más lejos, se estaba moviendo y aprisa. Ahora volvía, se acercaba, más, más, ah mierda me va aplastar (pensé aterrorizado, y sin dimensionar que una ampolleta jamás podría aplastarme). Se detuvo. Luego se iba hacia un lado y al otro, muy rápido. Me estaba volviendo loco, mi jaqueca aumentaba como la lava en un volcán. La ampolleta estaba corriendo por toda mi habitación, se paró junto a Patricia que estaba sentada en el escritorio. Estaba con un vestido verde hasta las rodillas, se veía preciosa. Me mostraba sus piernas cortas, pero formaditas, subiéndose el vestido. Me miraba como cuando se iba a la cama conmigo. Tomó la ampolleta y me dijo - no te amo Pablito, no te amo- en eso apareció mi mamá a su lado - ¡no te ama cornudo de mierda!- se reían fuerte, mi cabeza estaba cada vez peor, todo me daba vueltas, Cárdenas me invitaba a jugar otra mesa de pool, había una mesa encima de mi cama llena de papeles con números, todos se reían, y se confundían en sus voces, que no te amo, que no te ama, que el pool, que el informe, que el informe te ama, que el pool te cornea, que el amor no te ama.

Gritaba y gritaba, cada vez más fuerte, era lo único que podía hacer, me retorcía en la cama, no soportaba el dolor, apretaba las sábanas, miraba la ampolleta que ahora no sólo corría desquiciadamente por la habitación, si no que también se prendía y se apagaba sobre la cabeza de Patricia que aparecía y desaparecía con el constante juego de luz. Su cara, la oscuridad, su cara, la oscuridad, su cara, la oscuridad, la oscuridad, la oscuridad… me iba a desmayar en cualquier momento, unos puntitos de colores se posaron en el mareo de mis ojos. Una forma líquida subía por mi cuello y desestabilizaba mis piernas tumbadas en el colchón, ya no sólo iba a desmayarme, también iba a vomitar, pero antes de eso mi cabeza explotó. Primero sentí como el cuero cabelludo salía volando, luego un ojo y el otro, la piel, los huesos del cráneo, todo voló. La pared quedó llena de sangre, llena de tripas. Mi lengua estaba a los pies de la cama junto a mi ojo. Mi pelo grasoso cayó bajo el escritorio, y la quietud reinó sobre el pasado dolor que me atormentaba. Sentí silencio y nada más, me di la vuelta, me acurruqué con la almohada y a los dos minutos estaba plácidamente durmiendo y soñando que le disparaba a la gente que viajaba cómoda y sin dolores en la 246.