viernes, 15 de julio de 2011

Latinoamérica

Cuando reventó la bolsa
y la cascada de fluidos
sangrientos
convocó
el primer grito de dolor
de tu madre,
comenzó tu saludo rebelde
de presentarte sin reverencias
ante el nuevo mundo.
Ya poco después
dejaste atrás
la somnolencia acuosa
y saliste de esa vulva magullada
que nunca se preocupó de cicatrices.
Ahora
sólo falta
que tus doctores corten el cordón
para que puedas lucir
un hermoso ombligo,
al momento
en que de pronto,
te de por abandonar la sala de parto,
caminando
en tu exquisita soledad.

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