miércoles, 10 de diciembre de 2008

La puta Marisel

Mire, mire, mire…la cosa fue así:

Yo pensaba en Marisel cuando la esperaba. Quería tenerla luego, de nuevo por lo menos dos veces más esa noche. Marisel era la mejor. Esa nueva puta había llegado para ser la Reina, ser la dueña, la preferida, la indiscutida, la protegida, la envidiada, la más cara. Ninguno de nosotros jamás le encontró un orgasmo, era imposible, ella vivía en eternos orgasmos, orgasmos que acompañaba esa noche con calientes bocanadas… ¿de qué?... de pasta. Yo hacía lo mismo, desnudo de antemano, esperando lo que me pertenecía por dos horas más. Morena, uñas rojas, vagina con dos hileras de transpirados bellos, gritos, golpes si ella quería. Todo con ella era perfecto.

No, yo creo que usted está equivocado, con todo respeto, es que no era una simple maraca esta niña, ella era especial y no sabría decirle que edad tenía… una mujer como esa… esa mina tenía un cuerpo de cabra de veintitantos, pero tenía la experiencia de una veterana de burdel. ¡Era increíble esa golfa!

Esa noche yo la esperaba. Sentado en la cama. Fumando de la hueá. Caliente como leño en la estufa.

…Ustedes no se lo imaginan…

…Bueno.

…Está bien.

Yo la conocí ese día… ¡es que exijo aclararlo!, es que ella con tan solos unos minutos te enamoraba, te mostraba todo lo que ella era: su sensibilidad, su amor, su odio, sus alegrías, sus tristezas… miedo creo que nunca tuvo. No, no, ustedes no me entienden, yo ¡SENTÍA! que la conocía de siempre, pero no, esa fue la primera vez, de verdad, es que me tenía endemoniado y atontado, por eso hablo de ella así, no porque antes haya tenido la maravillosa oportunidad de estar muchas veces con Marisel, no, ojalá por Dios…yo sólo conocía su nombre, sólo sabía que era la mejor prostituta de aquí… esa cabra en cualquier momento salía de la población, ya la venían a buscar autos más o menos buenos, la llevaban para allá arriba, ya no fumaba solamente pasta, las líneas que me convidó ese día eran de choro amigo, uno como yo no prueba de esas delicias.

Tiene razón, yo tampoco entiendo como me cobró 70 lucas por 4 horas, yo jamás había pagado más de 10 lucas por una guarra, pero ella se merecía más de 100, más que dinero. Ella se iba a ir de la pobla luego, y todos hablaban de ella, por eso junté la platita po’h amigo, no me arrepiento, fui privilegiado, era una gran oferta, el precio de Marisel en algunas semanas más subiría su triple. Era la mejor…

Pero bueno, tranquilo. ¿Me deja continuar? Para allá voy.

En ese momento la esperaba impaciente. ¿Hora? Como las 2 de la mañana, habíamos empezado a las 12, el motel lo estaba pagando yo y además sólo quedaban dos horas más, así que le grité respetuosamente que saliera luego del baño, porque el dolor de mi erección ya no lo soportaba. Marisel no me respondía, del baño sólo salía olor a pasta y un tibio silencio. Pasaron cinco tensos minutos hasta que la escuché… la escuché dar dos quejidos, nada más, sólo dos quejidos en veinte minutos desde que entró al baño, se lo juró, luego abrió la puerta y me miró. Pude ver su rostro a contraluz, noté que no era la misma Marisel, su cuerpo moreno no tenía el brillo de la luna en el café hirviendo, si no el del ocaso en una taza fría. No me importó mucho y abrí mis brazos, la llamé, mi pico realmente me dolía, estaba impaciente. Se acercaba lentamente con la boca abierta, los ojos achinados, ojeras, no irradiaba deseo y tambaleaba con cada paso hasta que chocó con los pies de la cama… cayó con su cara en mi muslo derecho.

No puedo negar que lo primero que hice fue bajarme las sabanas hasta mis rodillas para metérselo por la boca, la levanté por los hombros para que me la chupara y mi mano derecha, ¡recién ahí!, se encontró con ese cuchillo que tenía toda su gracia de filo escondido en su espalda. Yo no supe que pensar y saqué mi mano de su cuerpo que se iba en sangre. Le pregunté que “¿qué había pasado?” Ella giró su cabeza de mi entre pierna y me miró con sus ojos rojos brillosos y me dijo entre gemidos: “hijo de puta”. Fue el “hijo de puta” más triste que me han dedicado, su voz hizo que me cayeran un par de lágrimas, pero luego me vino la rabia y el miedo, alguien andaba por ahí, alguien la había apuñalado. La dejé acostada, agonizando mientras yo revisaba el baño. No había nadie, nada, ningún rastro. Enrolé un papelillo de churri y me acerqué a la cama. Me fijé que Marisel ya no respiraba, ella ya no respiraba, estaba muerta… ¡fría, inerte, cadáver, pronto a pudrirse!... ¡muerta! Fue recién ahí cuando me senté en la silla que estaba al lado, admiré por última vez su belleza, le recé un par de padres nuestros y luego de llorarle unos minutos le disparé en la cabeza, en su linda cabecita de putita muerta. Ella era la mejor, lo sabía, y se había ganado mi respeto, tal vez hasta mi amor, pero nadie, ninguna, ni siquiera la Reina de las putas, ni siquiera la puta Marisel, la que murió en la cama, ¿Me escucharon bien? , ninguna puta me va a venir a recordar que mi madre también lo fue hasta el día en que la mataron.

Tienen que creerme. Yo no la maté, yo no podría matar a una puta. Yo amo a las putas… vivas.

2 comentarios:

Fraternité dijo...

ligiexce
lente

Fraternité dijo...

quise decir: excelente.
no sé que le ocurre al computador, pero ese cuento está de vío.
un muack.