miércoles, 10 de diciembre de 2008

Vicuña Mackena

Un niño regordete, sonriendo, lo entretuvo hasta el final del recorrido. El día se nublaba. Cruzó Américo Vespucio, según él, inmerso en una alegre comparsa que no tenía apuro. A la entrada de la estación, una moneda olvidada le presagió una sonrisa. Bajó las escaleras con la única preocupación de hacer bailar sus dedos con el pasamano. En el estrecho pasillo, el olor a gente y un recuerdo no le permitieron burlar los acelerados pies que tropezaron con su bastón. Fue el primero en dar un grito desde los rieles, vio venir el tren, y arriba, el niño regordete llorando.

1 comentario:

Fraternité dijo...

brígido. la suerte, cuando ronda, tira para todos lados. te encuentras una moneda pero te caes en la línea del tren. no hay mano!